El Caracol se enrolla hacia dentro.
Con ánimo freudiano, oculta su cara.
Se sumerge entre la masa obrera binaria
de un call center metropolitano.
“Buenas tardes, habla con el Caracol…
en qué soy bueno para servirle?”
Y sus antenas se jibarizan
y su baba corre invisible por el edificio
que hace años disecó a otra clase obrera.
Pero el caracol no teme
porque no tiene sentido
Cuando todos vamos al mismo lado
a desfallecer.
El caracol no teme a los clichés
Ni a los higos desordenados
que en Providencia con los Leones
desafían la ordenanza municipal
de mantener el otoño bien atado.
¿En qué puedo ayudarle?
¿Para qué dicen que soy bueno?
Dígame ahora, antes de la colación.
¿La configuración de su corazón está dañada?
Los controladores le serán enviados.
Y dentro de 72 horas hábiles
un técnico le contactará.
Gracias por llamar al call center
de los caracoles desaliñados.
Los caracoles se miran entre sí
Los caracoles se van arrastrando
Hasta el punto preciso de la muerte
Del día laboral, del descanso premiado.
Los caracoles olvidan los tres colores básicos
de la flor que han masticado.
La flor no resiente, se subsume.
El caracol recuerda lo rumiado.
La flor un día fue musa
Hoy no tiene ni llanto.
La víbora sigue en el mundo
De los reptiles desencantados.
Y los tres terminan su jornada laboral
La flor pétalo a pétalo
El reptil su vientre gastando
El caracol dice buenas noches
Fue un gusto haberla baboseado.
(sept. 2006)
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